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Epilepsia

La epilepsia es un trastorno cerebral en el cual una persona tiene convulsiones repetidas durante un tiempo. Las convulsiones son episodios de actividad descontrolada y anormal de las neuronas que puede causar cambios en la atención o el comportamiento.

¿Cómo se diagnostica la epilepsia?

a base para diagnosticar la epilepsia es una historia clínica minuciosa realizada tanto a los pacientes como a los testigos de las crisis.

Además, nos apoyamos en varias exploraciones complementarias:

  1. Electroencefalograma (EEG). Es una prueba específica para el diagnóstico, ya que nos permite analizar la actividad cerebral de la persona en tiempo real. Es útil para confirmar la sospecha diagnóstica de epilepsia, pero un EEG normal no excluye el diagnóstico.

Una variante más compleja y muy útil es la monitorización con vídeo-EEG continuo.  Este sistema graba la imagen del paciente en sincronía con el registro digital de la actividad electroencefalográfica, lo que permite diferenciar las crisis epilépticas de otro tipo de episodios no epilépticos, así como localizar la zona del cerebro que origina las crisis epilépticas. Para ello se ingresa a los pacientes varios días en una habitación especialmente preparada. Este estudio está indicado para el diagnóstico y clasificación de las crisis y el estudio pre-quirúrgico en pacientes susceptibles de cirugía.

  1. Resonancia magnética (RM) cerebral. Es una prueba radiológica que no emite radiación y que permite identificar lesiones cerebrales causantes de la epilepsia.
  2. PET/SPECT. Son pruebas de Medicina Nuclear utilizadas en epilepsias complejas que ayudan a localizar las áreas cerebrales que originan las crisis.

Asimismo, en muchos casos las personas con epilepsia tienen otros problemas añadidos como disfunción cognitiva, especialmente pérdida de memoria. Para identificar y poder abordar esta cuestión, es importante realizar una evaluación neuropsicológica por especialistas

 

Comprender las crisis convulsivas/convulsiones

Las crisis convulsivas pueden asustar bastante a quien las presencia, pero no son dolorosas. Afectan a distintas personas de formas diferentes. Las crisis convulsivas que sufren los epilépticos se pueden clasifican en una de las siguientes categorías principales: crisis convulsivas parciales y crisis convulsivas generalizadas.

Las crisis convulsivas parciales empiezan en una parte del cerebro. Posteriormente la anomalía eléctrica se puede desplazar a otras parte del cerebro o concentrarse solo en ese área hasta que concluya la crisis.

Una persona que sufre una crisis convulsiva parcial es posible que pierda la conciencia. Puede presentar convulsiones en uno o varios dedos, una mano o un brazo, una pierna o un pie, así como en determinados músculos faciales. Su habla puede resultar difícil de entender, poco clara o extraña durante la crisis. La vista de la persona también puede verse temporalmente afectada. Y es posible que el afectado experimente hormigueo en un lado del cuerpo. Todo dependerá de la parte del cerebro donde tenga lugar la actividad eléctrica anómala.

Las crisis convulsivas generalizadas implican una actividad eléctrica anómala que afecta a todo el cerebro conjuntamente. La persona puede parecer que está soñando despierta, clavar la mirada en la distancia o perder completamente la conciencia. Se le pueden tensar o agarrotar los músculos y puede empezar a hacer movimientos convulsivos repentinos, como extender los brazos hacia fuera. Es posible que empiece a cojear súbitamente, tropiece y se caiga o se desplome sobre el suelo.

 

¿Cómo se trata?

La epilepsia se puede tratar, pero no tiene cura. Su tratamiento estándar es el farmacológico: tras el diagnóstico por parte de un neurólogo, este pautará un tratamiento que permita mantener al paciente libre de crisis, elevando las dosis paulatinamente hasta mantenerlo sin crisis o alcanzar la máxima dosis terapéutica.En aquellos casos en los que la medicación no funciona, se estudiará la posibilidad de una intervención quirúrgica y se pautará la politerapia farmacológica. Previamente, se le realizarán al paciente pruebas encaminadas a conocer el foco epileptógeno y, si no afecta a un área básica del cerebro, se podrá intervenir extirpando dicha zona. En algunos casos, tras la operación, se puede llegar a retirar la medicación.

Si el paciente no es candidato a cirugía existen aún dos métodos paliativos:

La dieta cetogénica: dieta estricta basada en hidratos y grasas que requiere un control exhaustivo y regular de posibles alteraciones.

El estimulador vagal: un pequeño aparato estimula eléctricamente un nervio que alcanza el cerebro como si de un músculo se tratara, y, en la mitad de los casos, reduce el número de crisis y su intensidad.

Se calcula que el 70% de los pacientes con epilepsia consiguen controlar las crisis con medicación, siendo el restante 30% los denominados farmacorresistentes.

¿Cuánto tiempo dura el tratamiento?

No hay una pauta fija establecida que permita anticipar el tiempo que se necesitará recibir tratamiento para una epilepsia, ya que cada caso es individual.

En algunos pacientes es transitorio, en otros, puede ser usado por años o de manera indefinida.

Hay múltiples factores que influyen en esta decisión, los más importantes son el tipo de epilepsia, la respuesta inicial al tratamiento y las características personales, como edad, sexo (los niños y las mujeres en edad fértil son situaciones especiales), la profesión (que implique mayor o menor riesgo si se retiran los fármacos), la conducción de vehículos, entre otras.

 

¿Quién padece epilepsia?

Unos 2 millones de estadounidenses tienen epilepsia, entre los afectados se incluyen tanto niños como niñas y personas de todas las razas. Las crisis convulsivas pueden empezar a cualquier edad, pero suelen empezar antes de los 15 años o después de los 65.

Los médicos no suelen poder explicar por qué una persona padece epilepsia. Saben que se trata de una afección que no se puede contagiar, es decir, que nadie te la puede “pegar”. La epilepsia no se trasmite de padres a hijos (o se hereda) del mismo modo que el color de los ojos o el del pelo. Pero una persona que tiene un padre o un hermano con epilepsia presenta un riesgo ligeramente superior a desarrollarla que la gente sin antecedentes familiares

 

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